En la cadena de preguntas y respuestas, Óliver elude brindar más datos personales sobre él y su pareja, quien aparenta más de 30 años. Hasta que suelta la razón de sus reparos: no quiere afectar la carrera militar de su enamorado, a quien en este reportaje se le llamará El Capitán. Empezaron su relación hace poco más de seis años. Se conocieron en un “local de ambiente”. Así llaman, generalmente, los transexuales, lesbianas, gays y bisexuales a las selectas discotecas o sitios de entretenimiento frecuentados por el grupo.
Confesión. Al principio, Óliver no se enteró de la actividad y la institución a la que pertenecía aquel hombre que le atrajo por su porte y sonrisa. El gusto fue mutuo, pasó el tiempo y se hicieron novios. Como todo marchaba viento en popa, decidieron vivir juntos. Entonces llegaron los problemas porque, según Óliver, “no es fácil ser gay, militar y vivir en Bolivia”, afirmación que es compartida por su compañero. Comentan que quieren casarse, tener hijos, salir a la calle agarrados de la mano... Pero tienen miedo que ello implique que El Capitán sea dado de baja, que pierda su trabajo.
Es que las puertas de las Fuerzas Armadas están oficialmente cerradas a aquellas personas que adoptan una opción sexual diferente. Aunque al interior de sus guarniciones, éstas sientan presencia, camufladas en recintos calificados como discriminatorios, machistas y/o verticales por activistas de Derechos Humanos. Informe La Razón se contactó con integrantes del colectivo TLGB (Transexuales, Lesbianas, Gays y Bisexuales) que relataron una porción de lo que implica ser gay en los cuarteles.
“Estos casos de militares homosexuales sí existen, pero en las Fuerzas Armadas se los quiere ocultar”, advierte Loreta Tellería, sentada en su oficina de la zona de Sopocachi. Ella es politóloga e investigadora del Observatorio de la Democracia y Seguridad, y estudia más de una década a la institución castrense. Revela que le informaron que hubo casos en los que autoridades de ésta sancionaron disciplinariamente a efectivos homosexuales, e incluso los llevaron con médicos y psicólogos para atenderlos de lo que creían era algo similar a una “enfermedad”.
Negación. “Por tener una relación con sujetos a los que se denomina de ‘dudosa moral’, se manda a los uniformados homosexuales a las fronteras que hay en el oriente y el altiplano. O simplemente se les da de baja”, comenta otra fuente militar que pide guardar el anonimato. Son “incidentes” que se esconden bajo la alfombra del Ejército, la Fuerza Aérea y/o la Fuerza Naval, que luego son considerados “simples rumores”. Eso sí, remarca Tellería, si un militar quiere ascender en el escalafón debe tener una hoja de vida impecable, o sea cumplir con las exigencias físicas y académicas de la entidad y no tener antecedentes homosexuales.
La Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas solamente se refiere a cargos para varones, aún no adoptó una escritura que incluya la posibilidad de mujeres en la jerarquía, como sucede, por ejemplo, con la Constitución Política. Más aún, el artículo 105 del capítulo séptimo establece que “Los Institutos Militares de las Fuerzas Armadas de la Nación otorgarán Diplomas Académicos en sus diferentes niveles: Profesional, Técnico Superior y Medio a hombres y mujeres, equivalentes a los que otorga la Universidad Boliviana e Institutos y Escuelas de Formación Técnica”.
La Ley 045 Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, promulgada en 2010, aún no hizo mella en las normas castrenses. Y parece que ello seguirá así por un buen tiempo. El viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas, deja en claro que la aplicación de la normativa para discutir la discriminación de la entidad castrense hacia personas TLGB es un asunto que no está en agenda. “La prioridad es cambiar la formación profesional militar y asociarla con los contenidos curriculares que queremos. No tomamos este tema específico y no está todavía para tratamiento” (leer entrevista en la página 9).
El Capitán del comienzo de este reportaje rompe el silencio en el café de La Paz. Afirma que no quiere ser castigado y mucho menos perder su rango en el Ejército. Confiesa que anteriormente tuvo un problema que lo marcó, cuando sus superiores le dieron un memorándum porque se enteraron de su salida de un boliche frecuentado por gays. Fue un ultimátum y, más que todo, un escarmiento para el uniformado que, desde entonces, decidió manejar con guante blanco la relación con Óliver, especialmente ante los demás.
Hablar sobre homosexuales o lesbianas al interior de las Fuerzas Armadas es un tabú entre militares; no obstante, miembros de la comunidad TLGB aseveran que ellos sí están en los cuarteles, invisibilizados por decisión propia. Al respecto, Marcelo Antezana, excomandante y parlamentario, niega que en sus 35 años de servicio haya escuchado de algún “incidente” de este tipo. “Nunca, nunca en todo el tiempo que estuve en el Ejército he escuchado de algún militar gay”. Y se excusa de dar más información.
El año pasado, cuando el diario cruceño El Deber informó de un acuerdo para que la institución castrense otorgue cupos a transexuales, lesbianas, gays y bisexuales por departamento, tanto los jefes de ésta como el ministro de Defensa, Rubén Saavedra, lo negaron. Este último remarcó que “la Constitución Política del Estado señala que para hacer el servicio militar obligatorio (el conscripto) debe ser varón” y se remitió a los artículos 108 (“Son deberes de las bolivianas y los bolivianos: Prestar el servicio militar, obligatorio para los varones”) y 249 (“Todo boliviano estará obligado a prestar servicio militar, de acuerdo con la ley”) de la Carta Magna.
Laura Libertad es presidenta nacional de la Organización de Travestis del colectivo TLGB. Prestó su servicio militar a los 18 años, en 1989, cuando se enlistó en el Comando General de la Armada de Bajo Següencoma. No se anda con rodeos. “En el Ejército, la Fuerza Aérea y Armada existen homosexuales que no dicen que lo son, son de clóset, son clandestinos, pero allí aprovechan su investidura o su clase para tener relaciones homosexuales con soldados o con otros oficiales. Lo que digo no es ninguna historia de extraterrestres”.
La agrónoma y trabajadora sexual sostiene que entonces no tenía definida su actual orientación sexual; era heterosexual. “Así no hubiera entrado al cuartel y hubiera tenido problemas”. Indica que mantuvo relaciones homosexuales con camaradas (suboficiales, oficiales y sargentos). Para ella, los efectivos gay prefieren mimetizarse porque “si los militares ven a alguien medio amanerado o afeminado, lo hostigan hasta hacerlo desertar. En el Ejército y en las Fuerzas Armadas se ejerce un machismo y un patriarcado muy fuerte”. Aunque ella se salvó de esto.
“Al gay se lo ve como una mujer y por ello se lo denigra y no se lo toma en cuenta porque se tiene la creencia de que el ejercicio de las Fuerzas Armadas solo es para hombres que tienen que ser bien machos, cuando entre ellos igual hay homosexuales. Por eso los gay se dan el lujo de ocultar su orientación sexual, ponerla bajo el mantel o tras la puerta porque es algo clandestino, por lo que muchos homosexuales viven una vida insufrible sin poder manifestar lo que realmente son, y si lo hacen, tienen que dejar de ser militares, y no debería ser así”.
Pero a fines de 2013, las declaraciones del ministro Saavedra provocaron críticas de defensores de Derechos Humanos y de miembros de la comunidad TLGB. Más todavía, desembocaron en la organización de una marcha en enero, bautizada con el lema “No camufles la discriminación”. El representante del centro Capacitación de Derecho Ciudadano, Martín Vidaurre, quien brinda apoyo y asesoría a esta población, rememora que la movilización aglutinó a decenas de personas y prácticamente tocó las puertas del Ministerio de Defensa, en la plaza Abaroa de la zona de Sopocachi. Una de ellas fue Sánder Alarcón.
Él es uno de los activistas homosexuales más jóvenes del país. Tiene 19 años y desde el inicio de su adolescencia decidió no negar su identidad sexual. “Hay tres tipos de homofobia que se deben superar: la interna, cuando uno se cuestiona si está bien o mal lo que hace; la familiar, cuando el entorno más cercano empieza a cuestionar y eso nos hace dudar, y la social, cuando pensamos en el qué dirá de la gente que nos rodea”. Y complementa que todo esto se complica más cuando un gay es parte de las Fuerzas Armadas.
Admite que se preveía que la protesta de enero convoque a centenares, entre ellos uniformados que están de acuerdo con que la entidad castrense se abra a quienes asumen otras opciones sexuales; sin embargo, no fue así. “Fui testigo de la discriminación que sufren los conscriptos gay. Tenía un amigo que hacía de todo por cuidarse de que sus superiores o sus camaradas no se enteren; hasta que supieron de su orientación sexual y empezaron a tratarlo mal”. El muchacho no tuvo otra que dejar la vida cuartelaria.
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