domingo, 20 de enero de 2013

La homofobia en la escuela

Rosa Montero
La autora. Es periodista y sicóloga española. Ha escrito ensayos y novelas por las que ha recibido importantes distinciones. Su obra ha sido traducida a más de una veintena de idiomas y publicada en muchos países.


Aunque soy perro viejo en el periodismo y ya he visto este fenómeno innumerables veces, me sigue chocando la facilidad con la que los temas aparecen y de-saparecen de la conciencia pública. Me refiero a esa tendencia guadianesca de algunas noticias que, de repente, se convierten en el no va más del interés general, el epicentro de la actualidad, el tópico ardiente de todos los medios de comunicación; pero que luego, después de unas semanas o unos meses, se borran por completo de nuestra mente, aunque la situación que antes nos preocupaba tantísimo siga siendo la misma. Así de precaria y de traidora es la memoria humana. Uno de esos temas álgidos y desde luego atroces es el del acoso escolar.

En 2004, un chaval de 14 años llamado Jokin Ceberio se mató arrojándose al vacío desde la muralla de Hondarribia, tras sufrir un espantoso tormento durante dos años por parte de sus compañeros de clase (y, para peor, ante la indiferencia de los profesores). La brutalidad de esta historia aguijoneó nuestras conciencias dormidas y durante algún tiempo se habló mucho del asunto: hubo estudios, encuestas, campañas de concienciación. Y después… ¿qué pasó? Pues que la gran ballena del sufrimiento escolar volvió a sumergirse bajo las aguas. Hace poco hemos vuelto a picotear levemente en ese infierno a raíz de dos casos de suicidio en el extranjero de chicos acosados por medio de Internet, pero el énfasis se puso en el peligro de las redes, no en la ferocidad de los compañeros. Esa ferocidad, me temo, sigue estando ahí en todos los colegios españoles, aunque ahora ya no hablemos de ello.

Miles de niños y niñas son agredidos, insultados, humillados y literalmente torturados cada día por sus compañeros de clase, y esa violencia sigue siendo, por lo general, un iceberg sumergido. Me pregunto, por ejemplo (mientras escribo esto aún no se sabe nada), si el asesino de los escolares de Newtown no tendrá un episodio de acoso a las espaldas: no lo digo para justificar lo que hizo, sino para intentar entender. E intentar entender es nuestra obligación, así como esforzarnos por no olvidar que todo esto sucede. Hace apenas tres meses, la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (Felgtb) y el colectivo de LGTB de Madrid, Cogam, presentaron un interesantísimo estudio realizado entre jóvenes de 12 a 25 años de edad que han sufrido acoso escolar homofóbico. El trabajo consta de 653 entrevistas recogidas en 129 localidades distintas de toda España, y se considera acoso homofóbico aquel que sufre cualquier persona que no responde a las expectativas de género más convencionales.

¿Qué quiere decir esto? Pues que no solo lo padecen los homosexuales, sino también muchos heterosexuales que se salen del tópico: por ejemplo, si tienes la mala suerte de haber caído en una clase llena de energúmenos, preferir leer a jugar al fútbol siendo varón puede ser el origen de un largo suplicio. El estudio de Cogam y Felgtb, en fin, ofrece unos datos espeluznantes: el 43% de quienes sufren el acoso homofóbico se plantean el suicidio, más de la mitad constantemente (56%) y un 27% de forma persistente a lo largo del tiempo. Y, de hecho, el 17% de los chicos y chicas hostigados intentaron suicidarse una o varias veces.

Lo más terrible es la impunidad, el abandono, la invisibilidad con la que todo esto parece suceder. Solo el 19% de los chicos perseguidos recibieron ayuda del profesorado; y el 82% de las víctimas no informaron de la situación a la familia, sin duda porque se sentían avergonzadas. O sea, que estaban y están solos. Pero aún queda el dato que a mí me pareció más espeluznante: el 90% ha sufrido acoso homofóbico por parte de los compañeros de clase, pero además hay un 11% que han sido acosados por un profesor. De modo que la vieja serpiente del sexismo sigue enroscada debajo de muchos de los abusos que perpetra la cobarde mayoría sobre el diferente.

Claro que hay infinitas formas de ser distinto: puedes ser demasiado alto o demasiado bajo, o hablar de una manera ceceante y rara, o ser más dulce, o demasiado inteligente, o más reservado, o demasiado tímido, ¡qué más da! Cualquier cosa que te separe de la masa puede hacerte víctima de su envidia y sus miedos. Pero creo verdaderamente que el acoso homofóbico puede estar en la base de un gran número de las situaciones de persecución, de muchas más de las que podríamos imaginar en un principio. De hecho, hay varios testimonios que aseguran que los energúmenos que torturaron a Jokin murmuraban que era homosexual. Y, como he dicho antes, da igual que lo fuera en realidad o no: también los heterosexuales pueden ser víctimas de esa necia locura machista y perversa.

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