domingo, 23 de agosto de 2015

Pareja de lesbianas tiene un hijo y ahora los tres forman una familia

Paola, de 33 años, tiene el pelo corto, usa aretes muy pequeños y viste como hombre. No lleva maquillaje en el rostro ni prendas ajustadas como su pareja Carla, de 39, con quien formó una familia hace ocho años.

En la comunidad gay y lesbiana, además de su trabajo y universidad, Paola se ha ganado el respeto de todos los que la conocen. Asegura que nunca sintió maltrato ni discriminación de nadie.

“Si tú sabes hacer bien las cosas te respetan por eso y no por tu intimidad. Gracias a Dios nunca he sentido el rechazo en mis círculos sociales”, puntualiza.

Pese a ello, su preferencia sexual es algo que todavía no ha revelado a toda su familia. Solo sus padres, hermanos y tíos cercanos lo saben. Ella dice que no necesita más.

Su pareja Carla, quien estuvo casada con un varón y tiene un hijo de 22 años, decidió rehacer su vida a su lado luego de aceptarse como lesbiana y de que su matrimonio fracasara.

Ambas tienen ahora el apoyo de sus familias, lo que les permitió formar un hogar y traer al mundo a un niño que actualmente tiene dos años.

Tal como hacen muchas parejas lesbianas en el exterior, el pequeño nació del vientre de Carla gracias a un tratamiento de inseminación artificial en el que colaboró un familiar varón de Paola.

La idea de echar mano a la inseminación artificial rondó por la cabeza de la pareja durante tres años. Tras obtener el respaldo de sus padres, y del hijo de Carla, ambas tomaron la decisión de hacerlo.

RECONOCIMIENTO

El niño fue inscrito con el apellido de ambas.

En el momento de registrarlo en el Servicio de Registro Cívico pidieron que sea inscrito con la modalidad del padre opcional, que no requiere la presentación de carnet de identidad del progenitor que lo reconocerá.

Carla hizo que su pareja figure con su nombre y apellido como el padre de su hijo.

Según Paola, el registro y el proceso de inseminación artificial no fue un problema para la pareja y asegura que otras lesbianas que conviven en Bolivia y quieren formar una familia tal como ellas, pueden hacerlo.

ROLES EN LA CASA

La pareja que comparte el mismo techo en un departamento que ya es de su propiedad, tiene los mismos roles que el de una pareja heterosexual.

Paola explica que estos roles se dieron de manera automática en su relación.

“Yo asumí el papel del hombre y eso es normal. En algunas parejas sucede eso y en otras no”, puntualiza.

Al asumir ese papel, ella se encarga de mantener la casa, para lo cual tiene dos trabajos.

Por la mañana cumple servicios para una empresa y al terminar la tarde atiende el café de la comunidad gay y lesbiana.

Aunque ya es administradora de empresas, también reparte su tiempo para estudiar la carrera de Derecho.

Mientras el día de Paola transcurre entre el trabajo y sus estudios, Carla se queda en la casa y se ocupa de cuidar al niño que hace poco comenzó a dar sus primeros pasos.

Hasta hace unos meses Carla también aportaba al hogar con un trabajo que realizaba en un café, por las noches, pero ahora se dedica a tiempo completo a su hijo.

Durante el día la pareja comparte en horas de la tarde, cuando Paola sale de su primer trabajo. Ambas se dan tiempo para verse y que la relación no se vuelva monótona.

Aunque su niño todavía no sabe hablar, según la pareja él reconoce perfectamente quién asume el rol materno y quién el paterno en el hogar.

Paola asegura que lo educarán para que no asuma la “mentalidad cuadrada” que todavía persiste en Bolivia, a la que le cuesta aceptar a las parejas gays y lesbianas.

La madre manifiesta que en un futuro apoyarán a su hijo si él decide amar a una mujer o si encuentra el amor en una persona de su mismo sexo.

SE CONOCIERON

BAILANDO

La historia de amor de estas dos mujeres comenzó en una discoteca.

Ambas habían salido de relaciones amorosas con personas de su mismo sexo, que no fueron muy fáciles de sobrellevar.

Paola atravesaba por una situación complicada. Se sentía muy inestable y no conocía a muchas personas lesbianas en Cochabamba, ciudad en la que había decidido afincarse después de llegar desde Santa Cruz. Toda su familia está en la ciudad oriental.

Una de sus amigas la llevó a una discoteca de ambiente y le pidió que bailara con una chica. Al principio ella declinó la invitación.

Su amiga no se dio por vencida y fue a traer a Carla para presentarlas y que bailaran juntas.

Al día siguiente, Carla llamó por teléfono a Paola y comenzaron a salir juntas.

Después de un año y medio de relación, y con el aval del hijo de Carla que ya era joven, ambas decidieron vivir juntas.

Para Carla fue también difícil en un principio porque ella había decidido separarse de su esposo y padre de su primer hijo, para asumir que era lesbiana.

Las familias de ambas las aceptaron y apoyaron para que comiencen a convivir.

“Nosotras hemos tenido mucha suerte. Yo veo a parejas que aún no captan lo que es ser familia del mismo sexo y se complican mucho. Pienso que sobre todo debe haber mucha madurez y responsabilidad de ambas partes”, agrega Paola.

EL RECHAZO

DE UNA MADRE

Paola vive todavía bajo el anonimato para algunos de sus familiares que no saben que es lesbiana. Para ella fue muy duro salir del clóset a los 19 años por el rechazo que tuvo de su madre.

Poco antes de declarar su homosexualidad, había optado por vivir sola y migró a Cochabamba, cuando toda su familia proveniente del occidente decidió quedarse en Santa Cruz.

En una de las visitas que hizo a su casa llevó a una chica. Todos sus familiares pensaban que era una amiga, pero su mamá las vio cuando se daban un beso y descubrió que Paola era lesbiana. Dejó de hablarle por cuatro meses.

“Me acuerdo que cuando llamaba a mi casa mi mamá me colgaba el teléfono. Eso fue muy duro”, puntualiza Paola.

Su padre, por el contrario, la apoyó. Le dijo que ya se había dado cuenta de su preferencia y respaldó su decisión.


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