domingo, 15 de julio de 2012

Aventuras travestis

Por algún avatar del destino, ese día Francisco (nombre ficticio) se había quedado en casa. Eran un poco más de las tres de una tarde gris del invierno porteño. Había acabado de depilarse las cejas y hojeaba una revista de modas, cuando tocaron el timbre.

Por el ojo de la puerta vio a una mujer esbelta con el pelo de un color rubio cenizo. Abrió pero, antes de poder preguntar qué se le ofrecía, la elegante rubia lo hizo a un lado de un golpe, sin mirarlo siquiera, y entró a zancadas al departamento. Recién entonces vio que tenía un revólver en la mano derecha. La seguía un hombre joven, tal vez de su edad o un poco menor, alto y bien parecido, que se apostó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados. Después de unos segundos de silencio, la mujer se volvió a mirarlo llena de furia, como si fuera una cucaracha recién descubierta junto a un pastel que acaba de salir del horno. “¡¿Dónde está la puta de tu madre?!”, le gritó de repente, fuera de sí.

“Señora, disculpe, pero mi mamá no vive aquí, vive en Bolivia”, le contestó Francisco con la voz en un hilo. “¡Mentira!”, vociferó ella. “Sé que Claudio vive aquí con una mujer, he venido a buscarla y tú vas a decirme dónde está”, dijo apuntándolo con el flaco dedo índice de su mano izquierda, llena de anillos dorados y sin dejar de gritar. Francisco se quedó mudo y el corazón le empezó a latir con fuerza.

“¡Es ésta!”, dijo cuando vio la fotografía del aparador; era una foto en la cual se veía a una mujer de vestido blanco y con el pelo largo color chocolate con ondas en las puntas. El corazón de Francisco dio un salto. “No, señora: ésa no es mi mamá, ésa soy yo”, se escuchó decir a sí mismo como si su cuerpo, sus labios y su lengua ya no le pertenecieran. La mujer tomó la fotografía y empezó a mirarla de cerca. “¡Pero si tú no tienes cabello!”, le espetó. “Es una peluca”, replicó Francisco. “Mamá: te espero afuera”, intervino con voz temblorosa el chico que había observado todo desde el umbral y desapareció.

“¿Me estás diciendo que mi marido vive en pareja con un hombre que se viste de mujer?”, chilló blandiendo el revólver encima de su cabeza. “¡Con un hombre!, ¡vestido de mujer!”, repetía una y otra vez con los ojos desorbitados.

Pero de repente dejó de gritar. Bajó el arma, se dejó caer en una silla, apoyó la frente en el borde de la mesa y empezó a aullar largamente. “Lloró durante una hora y media. No me preguntaba nada, no quiso saber nada, sólo lloraba”, recuerda Francisco. “En un momento pareció tranquilizarse y le ofrecí un vaso de agua”, cuenta.

“Te lo dejo”, le dijo ella de pronto cuando recuperó el habla. “Sólo te pido que nos hagas un favor a mis hijos y a mí: nunca le digas a Claudio que estuve aquí ni le cuentes nada de lo que pasó esta tarde”.

“El Gordo falleció y yo nunca le dije absolutamente nada”, dice Francisco.

“La Tina”

En Bolivia, Francisco era conocido como La Tina, pero eso fue mucho antes de irse a vivir a Buenos Aires. Su nombre actual es Alejandra Camponovo. “Es el nombre de una modelo de aquí, de Bolivia. Yo le pregunté si podía ponerme su nombre y ella me dijo que sí”, dice.

Le gustaba vestirse de mujer desde que era niño; ponerse los zapatos de taco alto de su mamá. El día que en el colegio se canceló uno de los números de una función de los estudiantes, se ofreció para actuar. Se vistió de mujer, se puso los tacos de su madre y cantó una canción de Jeanette, la cantante cuya voz por aquel entonces sonaba en todas las radios. “Todas las promesas de mi amor se irán contigo, ¿por qué te vas?”, canta hoy con un toque de nostalgia en la voz. “¿Te acuerdas?”, pregunta. El número recibió la aclamación del público y ninguno de sus compañeros ni profesores lo criticó por haberse vestido de mujer. “Así que empecé a hacer shows en cada festividad del colegio. Lo agarraba a un compañero que tenía y le decía ‘Gustavo, tú vas a hacer de Joaquín de Pimpinela y yo seré Lucía’. Y ahí empezaba yo:‘Me engañaste, me mentiste. Me dijiste que desde aquel día ya no la veías'’”.

De Trinidad a La Paz

“Mis incentivos sexuales empezaron con mis compañeros de kínder a los cuatro o cinco años”, comenta con soltura y, según él, su primera relación sexual fue a los ocho años con un hombre llamado Darío, de 42. Afirma que no fue una violación. “Fui yo quien lo buscó a él”, dice con énfasis. Darío era un amigo de sus padres que por un tiempo vivió en la casa. Se alojó en una cama que acomodaron en su dormitorio. “Dormía en calzoncillos y, cuando se iba a bañar, volvía desnudo”, afirma entornando los ojos y señala que su cama era mucho más grande que la de él. Una noche el hospedado llegó tarde y con varios tragos encima. “Mi cama es demasiado chica, ¿me puedo echar en la tuya?”, preguntó el amigo. Le dijo que sí.

“Cuando vi que estaba roncando, empecé a meterle las manos en el calzoncillo. Luego me asusté pensando que se iba a despertar, pero él ya estaba despierto. Puso su mano encima de la mía y pasó lo que tenía que pasar”, cuenta.

Hoy, a los 33 años, Francisco sostiene que la actitud de Darío no era correcta, pero asegura que lo sucedido fue de su entero agrado y consentimiento. Cuenta que en lo que duró su relación con él, sintió mucho miedo de que alguien los descubriera y le echen la culpa a él. Nunca fueron sorprendidos.

La vida de Francisco está llena de aventuras. Trabajó desde muy chico en sitios distintos y ganaba su propio dinero. Poco después del suceso acaecido con el hombre mayor, lo enviaron a un internado en Trinidad, pero él lo dejó poco después para irse a vivir a casa de un amigo. La familia lo dejó quedarse con la condición de que por las mañanas ayudara en la venta de empanadas. “Iba a vender las empanadas por la plaza principal, caminaba por la Bolívar y Ejército, iba por Pompeya, por Paitití' Me daban 50 empanadas y yo las vendía todas”.

Pronto regresó a La Paz. Su relación con su padre era distante. La noticia de un aplazo en química por el cual estuvo a punto de perder el año en la promoción le cayó como un baldazo de agua fría. No recibía ayuda económica de parte de su familia y su padre le había anunciado que, seguramente, se convertiría en un delincuente. “Perder el año era como darle la razón a mi padre”, dice. “No me puedo aplazar profesor, ¿qué puedo hacer?”, rogó a su docente. “¿A qué estarías dispuesto?”, preguntó éste. “A todo”, respondió Francisco con firmeza y el profesor lo citó en su casa para el día siguiente. “Pensé que quería dinero”, dice, pero se equivocó; el profesor quería sexo. Francisco aprobó el año.

“Voy a servir el postre”

Los padres se enteraron de su homosexualidad una Nochebuena. Él había invitado a cenar a su familia al departamento en el que vivía solo y que pagaba por sí mismo. “Si te va tan bien deberías conseguirte una novia y casarte de una vez por todas”, lo molestaban sus familiares. Entonces Francisco ya no pudo más. “No me voy a casar, porque a mí no me gustan las mujeres, sino los hombres”, confesó a boca de jarro.

“Se hizo un silencio sepulcral. Mi papá se quedó con el tenedor en la boca y mis hermanos miraban a otro lado. De pronto mi mamá dijo ‘voy a servir el postre’ ¡Ni siquiera habíamos terminado de comer!”, dice entre risas.

Nunca más se habló del tema. Sólo más tarde, cuando sus padres ya estaban divorciados, pudo tocar el tema con su madre.

Buenos Aires

Pero fue en Argentina donde Francisco se pudo dedicar en cuerpo y alma a hacer shows. Llegó a Buenos Aires con dos vestuarios, uno de Thalía y otro de La Sirenita, que le había confeccionado un amigo de Bolivia. Empezó a trabajar como barman en un pub llamado “Search”. Un día faltó una de las chicas del show y su jefe le dio la oportunidad de presentarse con el número de La Sirenita.

“Saqué mi ropa, peiné mi peluca y salí al escenario”, recuerda. “Qué tengo aquí, qué lindo es. Es un tesoro que descubrí”, salió a cantar en playback. “Era una sirenita muy maquilladita, muy tierna. No me podía mover mucho por las aletas de la sirenita, solamente movía los brazos”, afirma. Su jefe quedó pasmado. “¡Increíble!”, exclamó al tiempo de aplaudir su participación y le pidió que siguiera haciendo números, pero más “de vedette”.

“También tenía un show en el que tengo un vestido blanco, como de novia, y de atrás es totalmente abierto, me veo más putona”, sostiene. “Quiero un show que sea digno de la avenida Corrientes”, le pidió su jefe. Con el tiempo, Francisco fue invitado a presentarse en Perú y Ecuador e incluso llegó a actuar en un teatro de la avenida Corrientes, un sitio llamado “Moulin Blue”.

A pesar de la acogida de sus espectáculos, nunca le interesó ser “mediática”; hace un espectáculo con el que le va bien y eso es suficiente. Cree que el mundo de los medios es demasiado “cruel” con los artistas. “Puedes subir como espuma, pero, así como te suben, al día siguiente te bajan. En cambio mi show se mantiene vigente desde hace muchos años. He tenido que mantener mi cuerpo, un cuerpo escultural. Sé que está mal que lo diga yo, pero mi cuerpo no tiene siliconas ni nada y tengo mucha cintura”.

“¿Por qué no te casas con mi novia”

“Silvio”, responde Francisco de inmediato cuando se le pregunta por el amor de su vida; “una persona con muchas psicopatías a la que amé profundamente”, añade. Lo conoció después de la muerte de Claudio El Gordo, que vivió con él hasta el fin de sus días después de divorciarse de su esposa. “Y con el divorcio, la rubia que fue a buscarme ese día con el revólver le quitó todo su dinero”, cuenta. El Gordo murió repentinamente de un derrame cerebral y Silvio rescató a Francisco de la depresión. “Obviamente también amé profundamente a El Gordo, pero no con la intensidad sexual con la que amé a Silvio. El Gordo fue maravilloso, me sacó de muchas cosas que estaba viviendo, me sacó del desarraigo. Yo extrañaba mucho Bolivia, a mis amigos, mis costumbres, mi comida, todo. Con El Gordo me tranquilicé y hasta entré a la universidad a estudiar un profesorado de inglés con técnicas en psicopedagogía”.

Para poder quedarse en Argentina, para trabajar y estudiar, se tuvo que casar. “¿Y por qué no te casas con mi novia?”, le propuso su mejor amigo. “Recién hace poco salió mi divorcio. Ella me hizo el favor de casarse conmigo para que yo pudiera tener los papeles y estar allá legalmente”, dice.

Por Silvio, Francisco hizo cosas que nunca pensó que haría. Renunció a un viaje a Europa, dejó de trabajar por un tiempo a pedido suyo e incluso permitió que Silvio saliera con otras personas. “Empecé a notar que no se sentía cómodo conmigo y un día me confesó que le gustaban las mujeres; dijo que me amaba pero que necesitaba salir con mujeres y yo se lo permití, con la condición de que no se involucrara sentimentalmente con ninguna. Silvio no pudo cumplir con la condición. Una noche se puso a flirtear con una conocida de Francisco. “No dejaba de mirarle el escote, ella estaba muy guapa, lo digo porque es así, no lo niego”, afirma. La actitud de Silvio empezó a cansarlo. “No tienes por qué trabajar, yo gano lo suficiente y tú lo que tienes que hacer es estar en tu casa”, exigía Silvio y al principio Francisco obedecía. “Pero estaba en mi casa y me sentía inútil”, comenta.

“Quiero tener un hijo. ¿Por qué tú no puedes tener un hijo? ¡No es mucho lo que pido!”, reclamaba a Francisco y golpeaba la mesa. Un día se dio cuenta de que su pareja planeaba un viaje. “Vas a hacer un viaje al que no estoy invitado, ¿no es cierto?”, lo increpó. Silvio lo negó, pidió perdón, lloró, pero Francisco ya había tomado la decisión de dejarlo.

Gracias a su trabajo, hoy Francisco puede retornar regularmente a Bolivia. Tiene una pareja joven por primera vez; “es que siempre me gustaron los hombres mayores”, señala. Sigue haciendo shows y para el futuro planea estudiar otras carreras. “Como mi papá”, dice, “que estudió varias carreras y que recién dejó de estudiar a sus 50 años”.

“¿Un consejo?”, pregunta antes de despedirse de Miradas. “Hay dos cosas en la vida por las que no hay que preocuparse porque son inevitables: la muerte y los cuernos”, afirma con desparpajo.

Se hizo un silencio sepulcral. Mi papá se quedó con el tenedor en la boca y mis hermanos miraban a otro lado. De pronto mi mamá dijo ‘voy a servir el postre’ ¡Ni siquiera habíamos terminado de comer!, dice entre risas.

Quiero un show que sea digno de la avenida Corrientes, le pidió su jefe. Con el tiempo, Francisco fue invitado a presentarse en Perú y Ecuador e incluso llegó a actuar en un teatro de la avenida Corrientes.

1 comentario:

  1. Ajelandra Camponovo te conoci me eh reido mucho contigo. Me entere que ya no estas con nosotros. Buen viaje . Firma MB

    ResponderEliminar